Toc-Toc

Musa, en realidad, se llama Musaraña, y acompaña siempre a la cojita, con cuidado de no enredarse entre sus piernas y dar con sus huesos en tierra. Musa es una preciosa gatita blanca y negra, negra y blanca, que descansa en el balcón, modorrando bajo el sol del invierno o al amparo de la esquina en sombra en el verano, pero siempre atenta cuando el toc-toc de la muleta de la cojita le indica que hay movimiento en la casa.

La cojita no tiene nombre, o parece que no lo tuviera, porque nunca he oído a nadie llamarla por su nombre. Ella es una muchacha de unos quince años, que maneja la muleta mejor que sus propias piernas, que ya, desde que nació, la derecha le nació como seca y su padre no supo nunca qué hacer, que ni preguntar a su madre pudo porque murió del parto, y se vio sólo con la niña, que otra familia no tenía, y la criaron entre él y las vecinas, que otra mujer no tuvo porque no le diera mala vida a la cojita.

Musa es el alma de la cojita, tan mimosa que se muere por una caricia, se despanzurra boca arriba cuando la oye llegar, toc-toc, esperando que la muchacha levante un poco el extremo de la muleta y le acaricie con él la panza blanca, y tan ágil y tan juguetona como ella, como su alma, que a la cojita se le cae la baba cuando ve a la gata contorsionarse persiguiendo a una mosca.

Cada día, desde mi casa, al lado de la suya, oigo al padre salir de la casa, apenas amanecido, y regresar cada tarde al anochecer, y a la cojita, toc-toc, moviéndose por la casa, ya viene, ya viene, y a Musa maullando porque quiere salir al balcón. En realidad esto era así hasta hace un mes. Hace un mes escuché la puerta cerrarse de madrugada, y luego escuché a la cojita moviéndose por la casa, como cada día, y luego, ya contra la tarde, no escuché nada, salvo a la gata maullando, y el agujero en el aire que dejaba la ausencia del toc-toc habitual. Y luego ya, las vecinas cotorreando que si la cojita se había ido a la ciudad, aburrida de la vida que llevaba, y que si se había escapado sóla o se había ido con uno que venía al mercadillo de los miércoles.

Por eso, ahora, Musa se acurruca junto a mí en el sofá y se ovilla en mi cama, y me persigue por la casa sin miedo a tropezar con mis piernas, tan acostumbrada está a esquivar ese peligro, y las dos levantamos la cabeza y orientamos las orejas hacia la casa de al lado, porque nos parece, de cuando en cuando, escuchar el toc-toc de una muleta.

Autor: AdelaVilloria

Trabajo para poder comer. Escribo para poder vivir.

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